El portarretratos del oficialismo tiene -como cualquier cuadro- dos partes fundamentales. Ayer, sólo pudo observarse una de ellas. La central. La imagen. Y pudo verse que fue un acto político más. Tuvo todas las escenas de los mitines de campaña. No faltaron ni los ómnibus, ni los choripanes ni las peleas intestinas por los lugares privilegiados para La Cámpora. Hasta se pudo apreciar a la pareja protagonista de la historia jurándose la infaltable promesa de fidelidad, aunque Cristina y José desconfíen uno del otro.
Los gobernantes hacen obras para que en el futuro lleven su nombre. O sea, obran para pasar a la historia. La jornada de ayer es la foto que Alperovich eligió para su posteridad. El hospital Eva Perón es hijo de la espantosa desnutrición y de la ayuda europea. Pero el gobernador la adoptó como su criatura: a la piedra basal la puso nada menos que "el hombre que él inventó". No es lo único que se hizo en esta decena de años. También se levantaron casas, se enterraron cloacas y se abrieron escuelas. Esa es la imagen que quería para el bronce y posaron la Presidenta, los parientes y hasta inesperados nuevos amigos como Susana Trimarco.
Pero a la foto de este acto político al que le sobraron gestos y conjeturas le faltó el marco. ¿Hasta dónde llega la imagen? ¿Cuál es su límite? O sea, ¿cómo se enfrentarán las elecciones? ¿Quiénes serán candidatos? ¿Habrá re-re-re? La foto enmarcada es un retrato a colgar para contemplación de las generaciones por venir. La que no tiene marco es tan sólo un instante en el tiempo. Suelto.